El verano pasado le compré un cuaderno como el de la foto, de hojas en blanco. Se lo entregué sin instrucciones, sin normas de uso y sin actividades programadas para hacer en él.
Simplemente "Tómalo y haz lo que quieras."
Ese niño al que no le gusta nada que le manden dibujar algo, que detesta los ejercicios de matemáticas o lengua que se resuelven coloreando, tuvo una explosión de creatividad cuando ese cuaderno llegó a sus manos.
Comenzó a llenarlo sin orden, abriendo páginas al azar, después aprovechando huecos vacíos en las páginas, mezclando cosas, combinando temas que le fueron interesando a lo largo del año.
Hay dibujos, esquemas, números, logos, recetas de cocina, palabras, frases... en castellano, en árabe, en inglés y hasta en italiano (esto del italiano lo contaré en otra entrada).
Es un cuaderno muy privado para él, por eso no hay fotos. Excepto su padre y yo, no quiere que nadie lo vea.
A mí me parece un tesoro, me encanta mirarlo y será un bonito recuerdo para guardar por muchos años.